martes, 1 de julio de 2008

Julio 25.
Miércoles.
Tarde, siempre tarde para llegar a la universidad y aquel viaje intransigente, donde las caras de los peruanos reflejan aquellos achaques que la propia nación refleja.
Solo debo de caminar dos cuadras y cruzar un puente para poder llegar al otro lado de la Javier Prado y esperar mi micro.
Mi clase empieza a las 14:00, usualmente suelo salir a las 13:00, pero es común que me demore como hoy, que salí de mi casa a las 13:23 . Soy un típico estereotipo de la "demorona". Y quizá tenga sus ventajas al no estar a merced del tiempo y posiblemente de manera alegre pueda convivir con tardanzas y relojes con las horas adelantadas. No es de importancia.
En aquella pequeña caminata decidí visualizar mentalmente aquellos colores que lleva el micro donde llegaré a la universidad, porque regularmente suelo olvidarme de aquellos colores y me demoro más en llegar a mi destino. Rojo, celeste, verde; rojo, celeste, verde; rojo, celeste, verde... Esos son los colores. Y el primer micro que se acerca es ese! Apresuradamente decido levantar mi mano para que el conductor pueda localizarme y decida frenar y es así, poco a poco la velocidad de los kilos de maquinaria van descendiendo.
Ya dentro de la bestia, tengo tres asientos disponibles para sentarme. No quiero quedarme parada mucho tiempo observando los tres asientos. Me siento al costado de una mujer. Aquella mujer es mayor, no es una anciana, pero al visualizarla cualquiera le atribuiría dos matrimonios, actual viudez, dos hijas y un hijo. Al observarla solo se me ocurre imaginarme hacia dónde irá.
Luego de 30 minutos de viaje, el micro ya dobló por la Avenida Pershing y pronto ingresará a la Avenida La Marina. Entonces ocurrió aquel hecho que dejó mi mente pura por más de dos horas, no fue un hecho bondadoso ni mucho menos. La incógnita empieza al no saber por qué un hecho de aquella poca trascendencia dejó mi mente pura por poco más de dos horas.
Aquella dama que yacía a mi lado llevaba consigo una gran bolsa color verde oscuro o verde militar y en letras doradas decía "Boston". Lentamente, la señora decidió hacer uso de su pequeña y pecosa mano para introducirla dentro de aquella gran bolsa. Luego de ello, apareció un lápiz labial en su mano, creo que era un color magenta o guinda la pintura de aquel pinta labios. La señora decidió hacer una línea en la palma de su mano con el pinta labios, quizá probando el tono de aquel lápiz labial. Lo extraño ocurre en que aquel acto sucedió repetidas veces, aquella mujer probó en la palma de su mano 36 tonos distintos de lápiz labial.
En mi mente pensaba que aquella mujer era una indecisa y no sabía qué tono de lápiz labial utilizar, pero antes de llegar a mi destino, la señora encontró el suyo primero. Le pidió al cobrador que deseaba bajarse en la esquina siguiente. El micro sobre paró para que la mujer pudiera bajarse, pero mi mirada no podía apartarse de aquel gran cuerpo y de aquella cara pálida y ojerosa.
Al bajarse, continué siguiéndola con la mirada, hasta que pude observarla dejando la gran bolsa llena de cosméticos a un lado de la vereda de la calle. Aquel hecho me sorprendió muchísimo, ¿por qué alguien dejaría una gran bolsa llena de pinta labios en medio de la calle?.
La pude observar cruzar la pista y desaparecer entre aquellos achaques que los peruanos llevan consigo. Quizá jamás llegue a comprender la situación, mi interrogante es mayor a mi interpretación y mi corazón grita por comprender la esencia de lo imborrable.
Llegué a la universidad a las 14:03, aún así decidí no entrar a clases.

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