viernes, 30 de octubre de 2009

Aliviar tus ojos.

No cae al suelo para que lo recojas. Cae para que te des cuenta.
Obsérvame, por favor, que te miro y mi desconsuelo se inunda ante tu simpatía disipada. Obsérvame, que te he trazado un cruce con mi vida y aún no lo conoces, pues debo contártelo todavía.
Obsérvame, no he obrado erradamente para que tu lado desgraciado, malicioso, no desee consultar, a su alma, el aliviar sus ojos en mí.
Obsérvame! ¿Qué he hecho? ¿Acaso soy invisible? Soy como tú, no eres más, mi piel se eriza cuando siento mis pies acariciar el mismo suelo que tú acariciaste en algún momento; mi cuerpo se entremese al oír al fuego con el fuego.

Contémplame, mírame, examíname, percíbeme, acéchame, date cuenta de mí, cázame como una fiera salvaje que tan solo quiere comerse tu carne para ofrecerte un poco de realización.
¡Que no eres nada! - te digo - ¡Nada! Mi existencia te determina, pero tú no puedes voltear, no puedes mirarme y me dejas acá parada, esperando que tu semblante se sienta culpable y voltee. Yo no quiero remordimientos. Yo quiero tu desenvolvimiento malicioso, quiero que me atrapes y me desangres, como aquel ruido infinito que cruza las calles y los hoyos.

Mírame, mírame, mírame, que no es justo, yo te he analizado completamente y tú no te dignas a tornarte hacia mí, porque no lo merezco y no he hecho nada para merecerlo. He sido una mala persona, una maldita asesina, convenida y egoísta que mata por la ausencia del candor absoluto.

Egoísta eres tú que no me observas, que no me buscas. Si deseas que te suplique, te suplico. Soy una sola y finita. No tengo trascendencia y mis colores se opacan progresivamente en los jardines. Soy mujer. Si no me miras, ¿para qué aguanto? ¿para qué busco? Ya no tengo sentido en este inconsolable desierto maldito que me enreda entre las algas del desamor, pues no merezco esta histeria.

Soy maldita, implacable. No me ayudes, ni voltees ni me observes. Igual en cualquier momento la soga me quitará el aliento y, por fin, quizá, mis escritos se encarnecerán en este paraíso putrefacto. Y es tu culpa por no tener la intención.