domingo, 15 de febrero de 2009

La desgarradora

La maldita. La que te carcome los sentidos y te descontrola, esa. La que me hace palpitar las muñecas pidiendo por tu esencia.

Aquella, la solitaria, la única y perversa, que me envuelve y me mata y me jala hacia tus brazos, hacia tu calor inmediato, esa.

La fuerte y despiadada que inunda mi ser llenandome de ti, que tortura y muerde con fuerza sucia.

Esa dolorosa, que se avecina inocente y me hace sumergirme en ti, en tu viviente amor que me llena el alma y me eriza los huesos.

Es esa la locura que me desata en mi próximo frenesí frente a tu cadáver. Aquella locura que me arrincona ante tus pies y me hace sentirte el caballero despiadado que solo tiene ojos para el amor y para hacerme sentir aquella mujer a salvo del ahogo.

Ahí va, la maldita, mi locura, tu locura, mi desenfreno ante tu impecable vícera.

martes, 3 de febrero de 2009

Limitaciones dadas.

Yo he salido y te he visto.
Se pasan las mañanas hasta que decido levantar la desmesura y abrir las cortinas de mi cuarto. Aquella luz maldita, que me envenena, no dice nada, solo sonidos ciegos. Ya es momento de encontrarme con tu rostro profundo, de entenderte y maldecir a la suerte, esta infamia maldita que solo sabe de caprichos y de girar eternamente. Que encontrarte es una de las cosas más fáciles que existen, porque en este país de desenfreno y poco coraje, nadie hace nada por limpiar tu rostro y sanarte. Curarte el alma partida que no dice más que son manos rígidas con fuego en las palmas las que necesita, para salvar a aquella inocencia, la maldita; para llenar de gozo esta inmundicia. Pero no quiero acabar este texto sin volver a tu rostro, a tus atezados años que se notan en la piel, a aquellos golpes que las pupilas marcan y se descubren frente al sol, a tu infinita melancolía y a tus incansables anhelos de seguir rogando para que el crecer no sea tan destructivo y que se partan un par de normas así, porque sí.